A lo largo de la obra de María Zambrano se observa una latente inquietud por los aspectos didácticos y pedagógicos, como si mantuviera un deseo de mejorar el estado cultural de la población y, sobre todo, poder darse a entender en sus planteamientos y en los mensajes que intentaba transmitir, pese a que con cierta frecuencia emplea un lenguaje críptico, que parece exigir una determinada iniciación para alcanzar su cabal entendimiento. Ello parece obedecer a la evolución del pensamiento zambraniano, que va pasando de lo concreto y racionalista a la abstracción introspectiva, en la que se analiza a sí misma y denuncia su experiencia vital en una suerte de solipsismo, que deja bien claro en su obra sobre La tumba de Antígona.