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Cenizas

La habitación, a oscuras. Justo lo que tú odiabas, entre los abundantes odios de tu vida. La oscurecí yo porque necesitaba poder hablarte, ahora que estás aquí, por fin acompañándome. Es tu cuarto, lo sé, pero exactamente por ello quería que nuestra última plática se diera aquí, en tus territorios. Bueno, siempre de niño me tocaron tus territorios: igual, supongo, como a ti te correspondieron los de tu padre, ese abuelo que nunca conocí porque prefirió quedarse en España. ¿ Qué se me ha perdido a mí en eso que llamáis América?, dices que dijo cuando, ya en Francia, se le propuso vivir en México por un rato. Prefirió volver a su pueblito asturiano, confiando en pasar desapercibido dado lo grisura de sus años. Pero vuelvo a la oscuridad. Guardo metida en mí la suficiente para no tener que pedirle a la de fuera que se interne en mí. Si quieres, métete en ella tú o al revés, permítele entrar en ti. Que por cierto, no conozco cuáles puedan ser tus secretos. Nunca me hablaste sino de lo cotidiano. Te dará gusto saber cuánta razón tienes. No sé cómo, me he ido llenando de oscuridades. Las primeras me las regalaste tú, que nunca me supiste niño cuando lo era. Buscabas en mí lo que aún no poseía, igual que, joven ya, busqué en ti lo que nunca poseíste. Bastante del mundo sufre de la misma enfermedad. ¿ Amargado, me dices? Amargado tú, excepto en ciertas compañías. Digamos, las tertulianas del eterno café Tupinamba, donde desde la pequeñez de mi infancia me preguntaba yo quién sería aquel señor de las dos efes, a quien jamás olvidaban mencionar, unas veces con enojada desesperación y otras haciendo burla de él. El esmirriado, el mariquita, el tontorrete ése. Hasta que alguno de ustedes comentaba: No lo reduzcan tanto, que seremos burla de la gente. Y al preguntarle por qué, ese tu amigo hoy invisible en mi memoria respondía: Que nos haya vencido un maricuela no es como para ensalzarnos. Dabas entonces un puñetazo en la mesa, haciendo temblar las tazas de café, replicando que la culpa de la derrota la tenían los grandes imperios, que respaldaron a ese pigmeo pasándonos la cuenta a nosotros. Los demás parecían dispuestos a una controversia, pero terminaban aceptando la

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