Augusto ROA BASTOS

Los muertos son muy débiles

A Jean L. Andreu.

Varias veces visitó el Paraguay el general Manuel Belgrano. La primera como invasor. Cuando vino por segunda vez ya en misión de paz el ya amigo mío, diplomático, negociador, reconoció lealmente el error de los hombres de la Junta de Buenos Aires en la que campapiafabran varios de mis ex condiscípulos de la Universidad de Córdoba. Sólo pudo caber en unas cabezas acaloradas que no veían más que su objeto, y a quienes nada era difícil porque no reflexionaban ni tenían conocimiento, confesó, mirándose los pulgares en cruz.

Yo lo creí. Alma transparente la de Belgrano. Asomando a sus claras pupilas. Hombre de la diezmada especie de bien. Decencia sin ejemplar. Estaba ahí en mi presencia. Apurémonos a hablar con él antes de que se extinga la especie. ¿ Me escucha usted, general ? Perfectamente, mi estimado amigo. Entonces continúo. Le decía que el Paraguay no aceptó jamás la humillante encerrona, el invento colonial de los puertos precisos. Exigió siempre la libre navegación. No fui yo quien aisló al Paraguay. Fueron los gobiernos del virreinato del Plata los que se han arrogado el dominio del río atrancando las puertas desde la Revolución. En tal situación, no me queda otro recurso que meter el cerrojo por dentro. Guardarme las llaves. Levantar una cadena de fortalezas desde el Salto hasta el Olimpo. Mantener abiertas únicamente las troneras que convengan al país. Esto es lo que haré. Ya está hecho. Cumplido.