La fabulosa historia de las gliflozinas

a florizina es descubierta en 1835 por dos químicos belgas: Laurent-Guillaume de Koninck (1809-1887) y Jean Servais Stas (1813-1891) [1]. De Koninck fue médico y estudió en Lovaina, se convirtió luego en asistente en el laboratorio de química de Jean-Baptiste Van Mons (1765-1842) [1, 2]. Jean Servais Stas, también médico, nacido en Lovaina y asistió a su antiguo profesor de química, Van Mons. El Prof. Van Mons fue experto en árboles frutales y dueño de un vivero de manzanas [1-2]. Estos químicos cuentan con una gran cantidad de raíces de manzanos para analizar. A partir de la corteza de dichas raíces aíslan un glucósido cristalino, que llaman floridzina [1-4]. Más tarde, su nombre se simplificará: florizina [1-2]. La molécula de florizina está compuesta por una molécula de glucosa unida a una dihidrochalcona polifenólica, o floretina, por un enlace O-Osídico. Su estructura química es similar a otras dihidrochalconas conocidas por su intenso poder edulcorante [1-4]. Está presente de forma natural en árboles frutales como el manzano y el peral [1-4]. En esa época, se le atribuyen a la florizina propiedades antipiréticas, nunca después confirmadas [5]. La florizina desaparecerá de la literatura médica durante 50 años. A finales del siglo XIX, se le ocurre al fisiólogo Joseph Von Mering investigar sus efectos en perros [6]. Lo que descubre, inesperadamente, conducirá a avances significativos en el campo de la diabetes durante los próximos dos siglos. L The fabulous story of glyphozines.